SOY



Soy la boca sucia
de la manada
la vida reventada
en la cara,
el corazón encogido
como cafés cargados
de niños,
el amor
enorme precipicio.
Soy la boca
en rojo sangre
coagulada en el bolsillo.
Aquí
todo es difícil
sobrevivo
gracias a unos herejes
que me dieron cobijo
y ante mis ojos
dejaron la belleza,
los versos
del infinito.

Sagrario Manrique



A tientas, y a tientos.




Me llevo la herramienta.
No, no por favor.
Ya huele, de puta madre.
Y el sagrado corazón de la puerta decapada
presidiendo gozoso la entrada.
Todos obreros, todos abejas.
Extiende la mano, estás en nuestro panal
y puedes mojar la miel de nuestra historia;
cómo brota la dulzura de nuestra terquedad
de mula.
Esos labios no mencionarán tu nombre
si no los tocas, su hermetismo es la clave,
la roca, el detonante.
Mira a esa pareja dorada,
acaban de soñar con caracoles marinos,
saliendo de un estropajo de aluminio,
acaban de escalar un acantilado de mierda
y ahora están perfectos.
No tengas miedo y tócalos
para despejar su resaca.
Hemos vuelto a una infancia inesperada,
a una isla blanca, léenos, somos personajes de un libro
que todavía no está escrito, aún estamos fríos
pero pronto alcanzaremos la incandescencia.
Abre la tapa, rompe la cáscara
y príngate con nosotros.


Pepe Montero.

EL CAMPANARIO



Los campanarios de los monasterios nos volvían locos de pasión.
Un día: hace ya algún tiempo fuimos de excursión al pueblo de un viejo amigo cura. En un momento que él se despisto, subimos los altos escalones de la torre de la iglesia donde nos encontrábamos. Allí arriba, de pie, sobre un frágil madero, tan solo sujetado por los extremos, junto a la gran campana orgullo de toda la villa, (haciendo equilibrio como si fuéramos trapecistas) nos desnudamos, y llenándonos de besos nos fundimos el uno en el otro. Con el vaivén del enredado abrazo, ni cuenta nos dimos, rozamos a la vecina de bronce. Su badajo enorme y rápido la hizo repicar contenta:

-Talan, talan. Talan, talan.

Mas excitados aun, soñamos que Ella aplaudía nuestro amor apasionado, pero… una voz intensa desde abajo, grito nuestros nombres:

-¡Paco! , ¡Carmen!
-¡Pacoooo! ¡Carmennn!

Era nuestro amigo el cura que enloquecido no comprendía el éxtasis celestial.

Os aconsejaría el lugar queridos lectores, pero acabo la historia mal.

Nuestro amigo, Antonio, el cura se empeño en casarnos ese mismo día
FLOR MORENO