LISBOA


LISBOA


Tardé diez años en volver a releer mi novela, la misma que guardé en un cajón e intenté olvidar.
Diez años en Lisboa, con sus días y sus noches, sus brumas y sus penas.

A veces el destino te la juega y hace extraños malabarismos, dudosas combinaciones que hacen que las cosas cambien. O simplemente sucedan.
Por eso, el mismo día que decidí releer el borrador, (el mismo que debería de haberlo quemado), me condené. Fue aquella misma tarde cuando lo ví
Puede parecer extraño, fantasioso y desde luego mentira.
Pero lo vi y al momento no me quedó ni la más mínima duda, era él, el protagonista de mi novela.
El mismo personaje que yo mismo había creado.

Lo vi andando despacio, moviendo el bastón a ambos lados de la acera, mirando al vacío por la negrura de sus gafas, arrastrando las sílabas de su nombre.
Acababa de subir al tranvía y pude verlo por uno de los cristales, intenté bajarme, retroceder, pero una larga cola me empujaba hacia el centro del vagón.
El hombre pareció detenerse, como si percibiese algo, miró hacia ambos lados y prosiguió.
Se cerraron las puertas y el viejo tranvía siguió su camino.
Aquella noche dormí mal, un frío portuario se había instalado en mis costillas, por muchos años que llevara en aquella ciudad seguía sin acostumbrarme a aquellos fríos y húmedos inviernos.
Al día siguiente, cuando desperté en la blanquecina luz de un día nublado, no tuve ninguna duda al respecto.
Debía encontrarlo.
Al principio dudé y pensé desistir, pero curiosamente elegí lo que años atrás quiso hacer el protagonista de mi novela. Buscar por toda la ciudad hasta encontrarlo.

Pero ahora era yo el que comenzaría una búsqueda y no él.

Volví esa misma mañana, temprano, a la misma avenida donde la tarde anterior lo había visto.
Pregunté en el quiosco, en la licorería, en la vieja portería del edificio donde creí verlo.
Nadie sabía de un hombre ciego, con abrigo gris hasta media rodilla, quizá un metro ochenta y aire melancólico.
Una tras otra la respuesta de todos fue la misma, nada sabían de aquel hombre.
Incluso creí haberlo soñado, pues de pronto lo veía en una esquina, con un sombrero de paño, de pronto sin él, pero en Lisboa cuando menos sueña un hombre- (y menos como yo)- es subiéndose a un tranvía.
Poco a poco en una especie de laberíntica y febril laxitud todo fue haciéndoseme de una insoportable insuficiencia, el trabajo me hastiaba, dejé de responder a los mensajes de los amigos para vernos en el billar y desatendí a mi propia familia.
Comencé dibujando un retrato a lápiz, pensé que si lo dibujaba sería más fácil el encontrarlo.
Pero no me convenció y dibujé otra cara y otra noche otra y otra y al cabo de la semana había hecho hasta diez retratos de la misma persona.
Todos el mismo...pero todos, diferentes.
Pensé pedir un permiso en el periódico y largarme una temporada al sur, pero era inútil, por que vaya donde fuese tendría que buscarlo. Tendría que encontrarlo.
Con algunos kilos de menos y un aspecto más descuidado llegó una inesperada primavera y con ella volví a recobrar las fuerzas, comencé a comer mejor y a cuidar mi aspecto y mis amistades.
A pesar de mis de mis energías renovadas una mezcla de inquietud y de que algo estaba ocurriendo a mis espaldas rondaba mi cabeza.


Un día llegué más rápido que de costumbre a casa, saqué del cajón el borrador de la novela y comencé a leerla, compulsivamente, como si aquello fuese ya lo único que me quedase por hacer en este mundo.
Estaba extrañamente excitado pues apenas recordaba aquella historia, aunque fuese mi mano la que escribió todo aquello hacía años.
Meses atrás cuando volví a ver aquel hombre apenas leí unas cuantas páginas.
Peo ahora conforme avanzaba, cada página que devoraba y pasaba, más se parecía a mi vida, a mi casa, la calle donde vivía, el mercado donde compraba, el modelo de mi viejo coche.
Todo me era extrañamente familiar incluso las caras de algunos personajes que se describían.

Al caer la tarde después de horas sentado leyendo, junto a la ventana, las sílabas parecieron unirse a las consonantes formando un amasijo que ya no me era en absoluto ajeno.

Todo se volvió oscuro y dejé de ver.
Con las manos me palpé la cara, el hoyuelo de la barbilla, la boca seca, la nariz, el contorno de una cara rígida, casi impuesta.
A lo lejos, apenas audible la sirena de un barco de carga hacía su entrada en el puerto.

Luis Roser

HEMISFERIO


África se me diluye en una máquina de tabaco,

en el casco de una moto sin dueño,

en los pasos de cebra sin rayas y sin coches

que contamos colgados de algún sitio,

en pufs de piel de tigre o de plástico

sin que las dos menos cuarto de un lunes

puedan remediarlo.

Y entonces,

en el caos de una cerveza

sin mano que llevarse a la boca,

tú sales a buscar un comité de empresa

o una manifestación antisistema

rompiéndome los tiempos

y toda la presencia.

África sigue siendo salvaje, negra y huidiza

como todos los cigarrillos que me fumo

mientras espero una declaración

(de principios....)

¿por qué no me besarás ahora?


Belén López

Filocteles urbano


La puerta cerrada con doble llave.

El primer detergente que limpia la conciencia.

Ya era hora, tantos años tropezando en la piedra del egoísmo.

Las mujeres decidieron no tener hijos.

Las putas, tapiaron su coño de vergüenza. Y se volvieron

indecentes.

Por toda la ciudad se oyen los lamentos de Filocteles.

Hedor y rastro purulento, niños deformes jugando a la comba.

En un extremo la vida, en otro ya saben...

Cientos de palomas-bomba, se estampan contra las fachadas.

El estado llama a Filocteles, pero Filocteles duerme el dolor.

El estado tiembla, sólo es hábil con los hombres.
Paco Peco.